A la casa de María Dioselina Huérfano de Corredor, de 66
años, se accede por un angosto hall. Los muros de la construcción se han ido
envejeciendo, así como los pocos muebles que acumuló. Además de algunos santos,
un chifonier, una televisión, un radio y unos cuantos trastos viejos de cocina,
esta mujer no cuenta con nada más que con la casa a medio terminar que, de a
pocos, fue construyendo con su esposo, Nicolás Corredor, en el barrio Bosa La
Libertad. Pero él ya no está, se murió en enero de 2020, y ella, que siempre lo
amó, aún no ha podido hacer el duelo.
Su soledad es tan evidente que fueron sus vecinos los que
notaron que algo extraño pasaba con la pareja de abuelos que solía salir y
entrar sin incomodar o llamar la atención de los habitantes del barrio. Eso fue
a finales del año pasado. María de Jesús Guávita, una residente inquieta de la
cuadra, se entró como pudo a la casa, pues presentía que detrás del silencio
sepulcral de María Dioselina había algo raro. “En esa época su esposo estaba
vivo. Yo le preguntaba si les pasaba algo, pero ella era como muy temerosa, por
eso un día entré y lo que vi fue al anciano en la cama en un estado
completamente lamentable, bañado en orines. Todo estaba sucio y él reventado
del dolor”.
La pareja llevaba tantos días aguantando hambre que, cuando
la señora Guávita movió cielo y tierra para que lo viera un médico, el primer
diagnóstico fue de una desnutrición total. Para Nicolás llegó tarde la ayuda de
los vecinos preocupados. Luego de trámites y trámites para ingresarlo al Sisbén
y de lograr exámenes y atención, un tumor, muy cerca de su ombligo, había hecho
los estragos suficientes para llevárselo de este mundo. El cáncer había
infestado su cuerpo, y una trombosis lo terminó de acabar.
Ahora, en la vieja casa, solo quedó la mujer. Ella, a quien
le cuesta trabajo hablar, por pena, más que por capacidad, habita con los
recuerdos del hombre que, dice, la hizo feliz a pesar de la pobreza. Se iba a
dejar morir si no fuera por la vecindad. “Es que yo he vivido acá desde hace 23
años. Es mi casa y la de mi esposito, que tenía 70 años. Es lo único que me
queda, pero ahora no tengo ni con qué comer, ni con qué pagar los servicios”.
El segundo piso de su casa está en obra negra, no tiene puertas ni ventanas,
así que no es viable para arrendar.
María Dioselina recuerda que durante muchos años
sobrevivieron gracias al trabajo de Nicolás. “Él era tapicero, arreglábamos
asientos, pero, con los años, el trabajo mermó. Yo era ama de casa y lo
ayudaba, pero todo se vino al piso y más en noviembre de 2019, cuando él se
enfermó”. Así, la tapicería sin nombre de la pareja desapareció. Dioselina
recuerda que conoció a Nicolás en Fontibón porque sus madres los juntaron y así
terminaron de novios durante tres años. “Luego nos casamos en la iglesia del
Sagrado Sacramento, en Kennedy”.
No tuvieron hijos porque cuando lo intentaron a ella le dio
una preeclampsia que casi se la lleva. “Duré un mes y medio hospitalizada.
Nicolás sufrió mucho y prefirió no volverse a arriesgar a perderme. Así, solos,
vivimos 44 años de casados”.
Tampoco hay ninguna
investigación que permita identificar cuántos adultos mayores están
completamente solos y han perdido sus redes familiares.
Y aunque la Secretaría de Integración Social brinda un apoyo
económico de 125.000 pesos para hombres desde los 59 años y mujeres desde los
54 que tengan un puntaje Sisbén 43/64, hoy no se están recepcionando
solicitudes de servicio nuevas. La razón: se adelanta una depuración de las
listas de espera para recibir estos apoyos económicos. Así las cosas, el
panorama para María Dioselina, la protagonista de esta historia, no es nada
alentador, no en Bogotá.
Fuente ElTiempo.com
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