Fuente el Tiempo.com
Maira García regresó a morir, a los 32 años, a la casa que
la vio crecer en Tocaima, Cundinamarca. A los 25, le diagnosticaron el cáncer
de ovarios que terminó con su vida. Fueron siete años en los que tuvo que
padecer, además de su enfermedad, todos los males amarrados a ser paciente de
Cafesalud y Medimás, EPS herederas del poderoso Grupo Saludcoop, cuya crisis
sigue siendo una bomba de tiempo para el sistema de salud pública en
Colombia..Lo único que tenía por seguro era su muerte: que llegó el 29 de
junio.
Para entonces, había pasado, forzada, por dos EPS, al menos
ocho clínicas y centros de tratamiento distintos, tres procesos de
quimioterapia, una cirugía y una docena de doctores. Todo, en un accidentado y
discontinuo proceso en el que, le dijo a EL TIEMPO poco antes de su
fallecimiento, su EPS “en vez de ser una ayuda fue una carga”.
Samuel, su hijo, vio partir a su mamá a los siete años. Él
tiene la misma edad de un dolor que no tuvo punto de retorno.
Maira suspira. “De pronto mamá se tiene que ir para el
cielo”
“Mamá tiene una masa
en el estómago. La masa se come la energía de mamá y por eso se pone débil. La
masa no la pueden sacar. Con la quimio tratamos de matarla. Mi amor, la masa
está creciendo. La masa duele. De pronto, mamá se va para el cielo. Pero no te
quiere abandonar”, recitó Maira durante la entrevista. Así fue cómo le explicó
a Samuel su enfermedad. Samuel lloraba a veces, pero se secaba las lágrimas y
se iba a jugar a la quebrada.
Maira pasaba las manos por su cara y sus brazos: eran huesos
forrados en piel. Luego, recorría su vientre: estaba lleno de líquido, tenía
ascitis. Y, finalmente, pasaba por sus piernas: eran enormes, por la retención
de líquidos. Hace siete años, pesaba 66 kilos; en junio, escasamente, llegaba a
45 kilos. En su mecedora, era diminuta. En las fotos de su matrimonio, había
sido una morena imponente.
Maira suspiraba porque el líquido le presionaba los órganos,
porque el cáncer le había llegado a los pulmones, porque la vida le pesaba
desde 2012, cuando un dolor pélvico, cinco meses después parir a su hijo, le
avisó que algo no estaba bien.
“Muchas veces me dijeron que era el colón, no fue algo a lo
que le prestaran atención. Pero mi estómago se hinchó e insistí tanto en
Cafesalud que me hicieron una ecografía”, relató. Entonces, por fin, la
hospitalizaron en la Materno Infantil: habían pasado seis meses desde el primer
dolor.
Allí le encontraron tres masas: dos en los ovarios y una en
la pelvis. Podía ser cáncer, pero no se lo confirmaron hasta casi un mes
después.
“Esperamos que me
viera un gineco oncólogo que nunca llegó, porque en la clínica no había. Me
trasladaron a la clínica San Diego. Allí me dijeron que me harían una
histerectomía total: me sacarían el útero y los ovarios y sus tumores: una vez
vieran la patología, determinarían si era maligno”, explicó.
Y sí, la operaron en septiembre. Y confirmaron el cáncer.
Pero, un lío de autorizaciones y papeleos para el
tratamiento la hizo pasar de la San Diego, a su EPS, de su EPS al Instituto
Nacional de Cancerología y de allí, de nuevo a la EPS. Terminó, en noviembre de
2012, en la clínica Jorge Piñeros Corpas. Entonces, comenzó su primera
quimioterapia.
A pesar de los efectos propios del tratamiento, Maira
resistió y quedó en remisión después cinco meses de tratamiento: aunque el
cáncer seguía ahí, sus signos y síntomas desaparecieron, aparentemente.
“En los exámenes
salía que yo tenía una siembra tumoral en el peritoneo, una membrana que
reviste el interior del abdomen”, dijo Maira y agregó: “Un año y medio después,
volvió un dolor al hígado”.
Maira suspira. “Y empezaron los problemas”
Entre 2014 y 2015, Saludcoop se acercaba a su fin. A finales
de ese año, la Superintendencia Nacional de Salud (Supersalud), ordenaría su
liquidación. Por ese entonces, muchos de sus afiliados comenzaron a ser
trasladados Cafesalud, EPS del grupo Saludcoop.
“Ahí se acabó la
buena atención, el buen servicio. Todo colapsó”, denunció Maira.
Para pedir las citas, Maira duraba más de una hora haciendo
fila: “A veces llegaba y no había cita ni agenda. O decían que la cita podía
ser en dos meses, y eso para un paciente con cáncer es mucho”.
En julio de 2015, le confirmaron una recaída: había siembras
–metástasis– en el hígado y una masa tumoral en la pelvis.
Solo hasta noviembre de 2015 pudo empezar su segundo
tratamiento de quimioterapia. Una vez más, a pesar de los difíciles efectos
secundarios, alcanzó su segunda remisión en 2016.
Entonces, le prometieron una citoreducción –una extracción
quirúgica de la mayor parte de los tumores– si se hacía, antes, una resonancia.
Pero esta nunca se aprobó. Por la misma época, le detectaron una masa, de
apenas unos milímetros, en la pelvis.
En 2016, cayó el convenio con la San Diego. “El proceso, el
tratamiento la cirugía, todo se perdió ahí”, lamentó Maira.
Tampoco pudo continuar con su “quimioterapia de
mantenimiento”. Su medicamento principal, el Bevacizumab, no se conseguía en
ninguna parte. Y la EPS no respondía.
“Volví a sentirme
mal. Me dolía la pelvis”, describió Maira. De la San Diego había pasado a la
Corpas y, luego terminó en la clínica Santa Bibiana. Allí, le dijeron que la
masa pélvica –que hace unos meses era de milímetros– tenía ahora 3 centímetros.
“Me volvieron a pasar a otra clínica en La Castellana, en ese lugar me
confirmaron que tenía otra recaída y debía hacerme quimios de nuevo”, agregó.
De la Santa Bibiana, la enviaron al Centro Nacional de Oncología
y, a finales de 2016, le aprobaron sus quimioterapias.
Maira suspira. “Todo pasó a ser de Medimás”
Cafesalud comenzó su venta y en diciembre de 2016 publicó
sus prepliegos. En 2017, comenzó a levantarse Medimás. Volvieron las demoras.
“Solo tres quimios me pusieron, cuando realmente eran seis.
Ni una sola fue administrada a tiempo. Me las pusieron en abril, junio y
agosto. Tampoco había un solo doctor para hacerme seguimiento, me lo
cambiaban”, dijo Maira sin olvidar, además, lo mucho que sufrió esa vez: “El
dolor de estómago era terrible: tenía diarrea y no comía, comencé a adelgazar”,
afirmó.
También faltaban los medicamentos. El Bevacizumab, de nuevo,
no llegaba. Y cuando eso pasaba, perdía el viaje hasta la clínica.
“Solo tres quimios me pusieron, cuando realmente eran seis.
Ni una sola fue administrada a tiempo”
“Vivíamos en Madrid, Cundinamarca, y el viaje hasta el lugar
de tratamiento me tomaba más de hora y media. El niño venía conmigo, caminando,
porque yo estaba débil y no lo podía alzar”, contó. Si un medicamento faltaba,
perdía el trayecto en flota. Una doctora, dice, dio la orden de que le hicieran
las quimio, así faltara el medicamento principal.
Otro doctor, a finales de año, dio un concepto distinto: el
tratamiento no podía hacerse incompleto, era mejor parar y retomar en 2018.
Esto jamás sucedió.
Maira suspira. “Médicamente, hasta acá llegamos”
A comienzos de 2018, cayó el convenio con el Centro Nacional
de Oncología y Maira fue trasladada al Hospital San José Centro. Allí, le
indicaron que el tratamiento no había funcionado y tampoco se podía retomar.
Dos meses después, una resonancia reveló que tenía más
siembras, tumores y nódulos. Y, a mediados de año, una tomografía encontró que
estaban comprometidos los pulmones y los ganglios linfáticos: estaba invadida
de cáncer.
Cerró la pastelería con la que conseguía algunos de sus
ingresos. Y comenzó a viajar, cada vez más seguido, a Tocaima. A recibir algo
de calor y la ayuda de su papá.
Su esposo, Michael Sánchez, que había permanecido en
silencio durante el relato, asintió. Le extiendió un frasco de suero y le
limpió las piernas con un paño húmedo. “En octubre nos mudamos. Dejamos todo en
Madrid: mi trabajo, la casa, el colegio del niño. Hasta este año, Samuel pudo
retomar sus estudios”, relató Michael y volvío a contemplar a Maira. Él fue su
enfermero durante los cuidados paliativos de su etapa terminal.
Los doctores dijeron que le quedaba menos de un año. Otros
le daban poco más de tres más de vida. Pero Maira se fue 23 días después de
esta entrevista.
Desde finales de 2018, su vientre siguió llenándose de
líquido. Se trasladó al menos diez veces a Bogotá para que, en cada sesión de
paracentesis, le drenaran tres litros. Cada trayecto le costaba, al menos
180.000 pesos de Uber y dos días de reposo en su apartamento de Madrid.
El bolsillo no daba. Por eso, consiguió que la EPS le
autorizara un catéter. Su esposo aprendió a hacer el procedimiento y, cada dos
o tres días, con el cuidado de un enfermero aprendiz, le daba algo de alivio.
Aún sufrían con los medicamentos. No todos llegaban a las
farmacias en Bogotá. Como podían, Michael y Maira se las arreglaban para reunir
las dosis necesarias de hidromorfona, lorepamida, acetaminofén y una larga
lista de medicamentos e implementos que hacían la muerte un poco más llevadera.
Maira suspira. “Ya me quiero ir. Necesito descansar”
A Maira le gustaba el sonido del agua, le gustaba la salsa y
el merengue, le gustaba el olor de la comida, le gustaba cocinar y acordarse de
su pastelería. Aunque a veces habría querido que eso no le gustara tanto,
habría hecho más fácil su despedida de este mundo.
“Llega el punto en que el cuerpo y la mente se cansan. Ya me
quiero ir. Mi deterioro fue culpa de la EPS desde el comienzo. Qué costaba una
ecografía, una resonancia, una quimioterapia a tiempo. Si ellos no se hubieran
robado la plata de la salud de los colombianos, yo estaría en remisión y
tendría algo más de tiempo con mi familia. Pero no lo tengo”, lamentó.
Maira recitó, nuevamente, en medio de la entrevista, lo que
le dijo a su hijo en sus últimos días.
“Samuel, tú fuiste mi única compañía en las citas. Gracias
por ser fuerte y valiente. Porque eras juicioso, porque me entendías. Si y me
voy y te pones muy triste, puedes llorar. Pero recuerda que tienes que ser un
niño feliz. Yo no te quería abandonar, pero a veces pasa así. Las personas nos
tenemos que morir. Y nos tocó a nosotros, me tocó a mí. No es lo que yo quisiera,
yo quisiera jugar contigo”.
A su esposo le dedicó una sonrisa y al agua de la quebrada,
los minutos de sus últimos días.
Fuente: ElTiempo.com
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