Mis hijos me han dado buenas noticias recientemente.
Triunfos académicos, victorias en los torneos de hockey, incluso estaban un
tanto emocionados por haber sido aceptados en la universidad. También han
pasado por algunos momentos malos y otros agridulces. Hemos pasado por muchos
últimos juegos, decepciones y platos sin lavar. Si eres mi amigo, o incluso
alguien que conoce a mi mamá e iniciamos una conversación amistosa en la fila
de la tienda, me encantaría hablarte de eso. Tal vez hasta te muestre fotografías.
Sin embargo, no voy a publicar esos acontecimientos en las
redes sociales, porque lo he intentado por un tiempo y he llegado a una
conclusión simple luego de recibir las reacciones de amigos, familiares y
conocidos expresadas con emojis y signos de exclamación en lugar de abrazos y
exclamaciones de asombro de verdad: no es divertido y ya no quiero hacerlo.
La sorpresa de las mujeres de La Paz
No soy la única que ha decidido salirse de las redes
sociales. Aunque alrededor de dos terceras partes de los adultos
estadounidenses usan Facebook, la forma en la que muchos de nosotros lo usamos
ha cambiado en años recientes. Alrededor del 40 por ciento de los usuarios
adultos dicen haberse dado un respiro de revisar Facebook durante varias
semanas o más, y un 26 por ciento dice a los investigadores haber borrado la
aplicación de su teléfono en algún momento del año pasado.
Algunos han cambiado su comportamiento debido al laxo
historial de Facebook en lo que respecta a la protección de datos de los
usuarios: más de la mitad de los usuarios adultos ajustaron su configuración de
privacidad el año pasado. A otros parece preocuparles más cómo los hace sentir
y actuar. En cualquier caso, salirte de las redes sociales es una manera de
procurar la privacidad de tu familia.
“Realmente he visto una evolución hacia compartir menos”,
comentó Julianna Miner, profesora adjunta de Salud Global y Comunitaria de la
Universidad George Mason y autora del libro de próxima publicación Raising a
Screen-Smart Kid: Embrace the Good and Avoid the Bad in the Digital Age. La
escritora agregó: “Resulta difícil decir si los cambios son una respuesta a las
violaciones a la seguridad o resultado de que la gente sencillamente se está
cansando de compartir”.
Hasta Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Facebook,
parece sospechar que se debe en parte a lo segundo, que después de experimentar
lo que implica vivir nuestras vidas en un ámbito cibernético más extenso
durante más de una década, muchos de nosotros estamos listos para regresar a
los grupos más íntimos en los que los humanos habían florecido desde hace mucho
tiempo. En una publicación reciente en su blog, Zuckerberg anunció los planes
de la empresa de enfatizar las conversaciones privadas y las comunidades pequeñas
en la plataforma. Interactuar en Facebook, escribió, “se convertirá en una
experiencia básicamente más privada”: menos “plaza pública”, más “sala de la
casa”.
Este es un giro que en mi caso ya he optado por hacer y,
desde que lo hice, me pregunto por qué acepté subirme a mi tarima personal en
esa plaza pública para empezar. Cuanto más buenas noticias y desafíos
personales me reservo para compartir en persona con mis amigos, más veo que el
mundo digital nunca me ofreció la misma satisfacción ni el mismo apoyo. En
cambio, acabé perdiéndome de ver los rostros de mis amigos iluminarse ante las
noticias dichosas y a menudo me encontraba deseando que no todos dentro de mi
red personal hubieran estado al tanto de una decepción o queja.
“Existen muchas pruebas de que las interacciones
interpersonales en persona producen una respuesta neuronal más fuerte que todo
lo que podamos hacer en línea”, comentó Miner. “Valoramos la empatía en línea,
pero no tanto. Se necesitan como seis abrazos virtuales para igualar un abrazo
real”.
El tiempo que pasamos buscando esos abrazos virtuales puede
sacarnos del mundo en el que vivimos y llevarnos de vuelta a nuestros teléfonos
(lo que, por supuesto, es la razón principal por la que muchas redes ofrecen
esos estallidos de retroalimentación).
“En última instancia, no solo les estamos dando a las redes
sociales el tiempo que nos toma publicar algo”, explicó Stacey Steinberg,
directora asociada del Centro de Niños y Familias del Colegio de Derecho Levin
de la Universidad de Florida y autora de un artículo sobre el tema titulado
“Sharenting: Children’s Privacy in the Age of Social Media”.
“La interacción no termina en el minuto en que uno presiona
compartir”, explica la experta. “Una parte de nuestra mente está esperando
respuestas, y eso equivale a una pequeña distracción que nos aleja de cualquier
otra cosa que estemos haciendo”. Una vez que publicamos la imagen de nuestro
hijo o hija haciendo el baile de moda, nuestra atención deja de estar
enteramente enfocada en verlo bailar. Parte de nuestra mente está en el entorno
digital, esperando que nuestro goce sea validado.
Esa validación puede ser satisfactoria, pero la emoción es
pasajera, como el aumento repentino en nuestra glucosa cuando sustituimos un
desayuno verdadero con una Pop-Tart. No obstante, ver la reacción de tu madre
al mismo video te da otro tipo de placer. “Veo a los padres compartiendo de
formas distintas a como yo lo hacía hace cinco años”, comenta Steinberg.
“Estamos buscando audiencias más pequeñas y formas de compartir solo con
nuestros amigos cercanos”.
También nos advirtió que hasta las actualizaciones públicas
que parecen inocuas dejan un rastro duradero. “Puede suceder que uno de tus
hijos haya sido una estrella del béisbol, pero decide cambiar de deporte y
gente que es relativamente extraña le sigue preguntando cuál es su promedio de
bateo”, explica la experta. “O bien que uno de tus hijos decida entrar a una
universidad y luego cambie de opinión. Las decisiones son complejas. La vida es
compleja. No es fácil aplicar la técnica de Marie Kondo a tu página de
Facebook”.
Hay excepciones. Facebook brilla como una arena de conexión
y promoción profesional, claro está. Para aquellos de nosotros que tenemos
hijos con necesidades especiales, puede ser una invaluable comunidad de apoyo.
Además, en el caso de las peores noticias —como calamidades, enfermedades o
muertes— Facebook puede ayudar a los usuarios a compartir actualizaciones con
rapidez, pedir ayuda y compartir obituarios y recuerdos.
Cal Newport, autor de Digital Minimalism: Choosing a Focused
Life in a Noisy World, sugiere que cuando evaluamos las formas en las que
usamos las herramientas de las redes sociales a nuestra disposición, nos
preguntamos si dichas herramientas son la mejor manera de lograr nuestras
metas. En dichos casos, la respuesta es sí.
Pero ¿qué hay de compartir momentos personales,
desahogarnos, obtener un buen consejo sobre los desafíos de la paternidad
mientras nos sentimos apoyados en nuestros momentos más difíciles? He
descubierto que el contacto cara a cara y abrazo por abrazo de la vida real me
da mucho más de lo que cualquier pantalla podría darme. ¿Por qué engañarte
privándote de esos placeres por la euforia pasajera de un montón de me gusta?
Hace poco, me encontré con una conocida mientras esperaba mi
orden en un restaurante local. “Felicidades”, me dijo con gusto. Me devané los
sesos. Había vendido un libro esa semana, pero la información no era pública.
No estaba embarazada, no tenía un nuevo trabajo ni tampoco me había ganado la
lotería. Mis habilidades de pedir comida para llevar en realidad no eran dignas
de alabanza y, de hecho, tal vez había ordenado demasiado, como suelo hacer.
Quería hablar más sobre esa noticia feliz, pero ¿de qué estábamos hablando? Por
suerte, continuó: “Tu hijo debe estar muy emocionado”.
Ah, sí, mi hijo mayor… lo admitieron en la universidad. Él
estaba feliz y también nosotros y se lo dije, pero ¿cómo se enteró?
Mi hijo le dijo a su hija, que es su compañera en la
escuela, y su hija le dijo a ella.
Perfecto.
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